En enero de 1918,
de la mano del humanista e ideólogo Domingo
Doreste, Fray Lesco, y con la visión
novedosa y dinámica de Juan
Carlo, abre sus puertas la Escuela Luján Pérez
con el propósito de constituir un centro de perfeccionamiento
del arte popular desde la convicción de que en la virginidad
de la expresión del pueblo se encuentra el filón
inagotable de los recursos humanos. Empeñados en lograr
un arte sintético de las formas y los tipos isleños,
la Escuela llegó a convertirse en la cuna de un arte
canario moderno fundamentado en la observación directa
del paisaje (del que extraen los elementos distintivos), y
el redescubrimiento de la tradición artística
aborigen, lo que da como resultado una impronta de escuela
conocida como indigenista. El éxito de
esta búsqueda plástica se plasmó en las
rotundas y expresivas telas de
Felo Monzón; en las piedras y maderas de Plácido
Fleitas y Eduardo
Gregorio; en el estatismo campesino de Santiago
Santana; en el brillante luminismo de Jorge
Oramas; en las maderas grabadas de Juan Jaén o
en los murales dramáticos de Jesús
Arencibia.
Como último indigenista canario que asume
el aprendizaje de sus antecesores, lo interpreta y dota de
planteamientos nuevos y diferenciados, se encuentra el atractivo
artístico del galdense Antonio
Padrón.
Con otro lenguaje artístico, pero siguiendo la línea
trazada por la Escuela Luján Pérez, a la que
estuvo vinculado desde muy joven, Francisco
Guerra Navarro (Pancho Guerra) ofrece la encarnación
del espíritu popular de la isla en Pepe Monagas,
protagonista de sus Memorias de Pepe
Monagas (1958), sus
Cuentos y sus
Entremeses. Pancho Guerra dejó inacabado una
interesante Contribución al
léxico popular de Gran Canaria (1965).
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